jueves, 11 de octubre de 2018

El Final del Viaje

No me quería ir sin despedirme de ella, tomé mi celular y presioné cada tecla tan fuerte como pisaba el acelerador, el sonido que producía el teléfono al tocar cada número estremecía en mi mente una gran gama de sentimientos desde miedo a tristeza, pero la decisión ya estaba tomada.

Durante el tiempo que demoró en contestar, mi mente comenzó a quedar en blanco poco a poco, pero no importaba, no necesitaba hilar perfectamente la historia que me llevaba a escoger este camino, pues mi llamada era solo una despedida.

Me encontraba en esas cavilaciones cuando de pronto escuché su voz, que resopló como brisa en mis oídos y logró a enfriar mis huesos y mi cuerpo por completo, "aló" oí decir, y las lágrimas comenzaron a caer por mí ya pálido rostro. Pasaron unos segundos y no atinaba a decir ninguna palabra, estaba hipnotizado con las líneas blancas de la carretera ya borradas con tanto desgaste y con las señales de tránsito que anunciaban peligro unos metros más adelante.

En ningún momento dejé de acelerar, estaba dispuesto a cumplir con lo que me había propuesto, me mantenía inmóvil y a mí alrededor ya no existía nada más que el roce del celular en mi mano y la presión continua que ejercía mi pie en el acelerador, hasta que nuevamente se escucha "aló", mientras ya a lo lejos se divisaba el barranco.

No sé exactamente las palabras que ocupé, ni tampoco lo que respondió, supongo que habrá intentado detenerme. Solté el volante y dirigí la vista al celular como si pudiera ver a través de él cada curva de su rostro, relajé todo mi cuerpo y deje caer los brazos a los costados.

Por un instante el tiempo se detuvo, al igual que el sonido del motor, lo que me permitió escuchar un fuerte choque que se escuchaba desde el otro lado del celular.

Lo juro, no sabía que ella también iba manejando.

El Orfanato


Ainhoa era una niña tímida que pasaba las noches del orfanato cociendo una muñeca con un poco de algodón, género, imaginación y todo lo que tuviese a disposición para darles los detalles, la cual tenía que esconder para que no se la quitara la directora, debido a las innumerables e injustas reglas que imponía en el orfanato.

Las niñas eran constante blanco de castigos y malos tratos de esta mujer, quien rondaba los 50 años de edad, de rostro muy pálido y cabello negro que ya comenzaba a ser superado por el número de canas.

En el orfanato abundaban las risas disimuladas y los movimientos sigilosos para que el piso de madera no crujiera en demasía y así enojarla, generando que el silencio domine los pasillos haciendo más tristes y frías las murallas descoloradas, adornadas por grandes cuadros igual de desteñidos.

Una noche, al llegar al orfanato, la directora encuentra el vestíbulo completamente destruido y con las murallas pintadas en rojo con la palabra “Bruja”. Enfadada se dirigió inmediatamente al dormitorio de las niñas que se encontraba en el segundo piso, subió por la escalera de caracol logrando superar los primeros escalones con gran agilidad, para luego disminuir paulatinamente el paso y comenzar a quedar sin respiración.

Ya gateando sobre la fría baldosa de mármol, con una mano posada sobre su pecho y con la otra dándose impulso, logra llegar arriba y recostarse sobre la alfombra aterciopelada que conectaba al final del pasillo con la habitación.

Sin recobrar aún el aliento y mientras concentraba todos sus esfuerzos en ponerse de pie, se apagan las luces del pasillo, dejándola inmóvil por unos segundos con la mirada perdida en la completa oscuridad.

El cansancio no le permitía emitir ninguna palabra, y el calor y la desesperación comenzaban a apoderarse completamente de ella. Sin recomponerse, llorando y con una asfixia en aumento, de pronto, distingue en el suelo una tenue luz que la hace levantar la mirada, ante ella Ainhoa la observaba con serenidad y en su mano su muñeca envuelta en llamas.